De Asilah a Essaouira – 2400 Km por Marruecos

Partimos de Asilah dirección Essaouira

Es 3 de julio. Nos levantamos pronto ya que tenemos un largo viaje desde Asilah hasta Essaouira.

El camino transcurre por la autopista A5 y A1, monótona pero tranquilamente. Muchos kilómetros de autopista. Las autopistas alejan al viajero del viaje ya que evitan los núcleos de población y te aleja de la posibilidad de observar la sociedad en la que estás inmerso como viajero. Un pequeño despiste de la atención al GPS hace que me equivoque en un desvío de la autopista y tome una salida que me lleva directo a Casablanca. Este viaje no es de ciudades, no al menos de grandes ciudades. Rápidamente Lucía y Mar buscan una ruta que nos reincorpore a la autopista que hemos dejado y evite, sobre todo, entrar en Casablanca. Lo que no podemos evitar es pasar por las afueras de la gran ciudad Marroquí. Suficiente para ver que las grandes acumulaciones de gente producen el mismo resultado en cualquier parte del mundo. Nos alegramos una vez hemos vuelto a reincorporarnos a la carretera original y dejamos atrás la urbe.

Por la autpista hacia Essaouira

A la altura de Safí (capital de la provincia del mismo nombre y de unos 300.000 habitantes) terminaba la autopista y comenzaba algo que me iba a gustar mucho y que para mí, sería un componente muy importante del viaje. Comenzaban las carreteras convencionales de doble sentido. La R204 nos daba la bienvenida a otro Marruecos. Carreteras en su mayoría quebradas y cunetas irregulares. Parecía un juego sin normas pero curiosamente armónico, pues si bien, los marroquíes conducían de un modo inconcebible para un europeo (al menos hoy día), adelantando en línea contínua, curvas, etc. Llegué a pensar que sería inevitable contemplar un accidente durante nuestro viaje. En esta carretera tuve que abortar mi primer intento de adelatar a un camión ya que mis compañeras de viaje se asustaron y me increparon para que desistiese de mi intención. Así lo hice y después les explique que si pretendian hacer más de 2.000 kilómetros por carreteras de esa naturaleza por Marruecos, habría que adelantar vehículos o habría que cambiar el plan del viaje por otro mucho menos «itinerante».

Lo cierto, es que empecé a sentirme muy cómodo en la conducción y muy pronto me integré con mis amigos marroquíes en su forma de conducir (salvando ciertas distancias como sus maneras de adelantar). Al atravesar la primera población -ya que todo el montón de kilómetros que ya traíamos desde que entramos en Marruecos habían sido por autopistas- sentí que viajaba no solo espacialmente, sino que también era un viaje en el tiempo. Sebt des Gzoula, era, como decía, la primera población que atravesábamos a bordo del «Intrépido». Fue fantástico para mí, un caos perfectamente organizado de personas, tenderetes, vehículos a motor y a tracción animal, y, todo en una especie de imbricación y una danza sin orden aparente. Disfruté, mucho, sintiendo y viviendo una experiencia que había visto de otras personas en vídeos y documentales. La ordenada Europa, la Europa de las normas, regulaciones y la urbanidad, se había esfumado. Estábamos en el reino del pragmatismo, de la vida más sentida que pensada.

Así, continuamos nuestro camino hacía Essaouira (antes llamada Mogador, atravesando pueblos de interminables puestos de venta de pan, fruta, alfarería, chismes, tela y yo qué sé más. Y yo, danzando con el «Intrépido» entre viandantes, burros y motos con tres o cuatro personas.

Una amalgama de puestos invadiendo la calzada, toldos dispares, los ropajes variopintos de la muchedumbre, el color ocre y el polvo en suspensión… Era como haber cambiado  de mundo. Un viaje al pasado fantástico, otro modo tan distinto de vivir al nuestro.

Cruzando un pueblo

Cerca de llegar a Essaouira vimos a un burro muerto en la cuneta de la carretera en sentido inverso al nuestro, que estaba siendo devorado por dos perros. El olor a putrefacción se introdujo en el habitáculo de el «Intrépido». Poco más adelante tuve que frenar para no colisionar con otro burro que iba tranquilamente caminando por la carretera sin nadie a su cargo. Comprendimos lo que le había sucedido a la desafortunada acémila que yacía y servía de alimento a los perrros.

Tras nuestros primeros pasos por los controles de la policía y de la gendarmería real, llegamos a Essaouira. Essaouira tiene unos 70.000 habitantes y es una ciudad turística. Todo parecía mucho menos caótico de lo que habíamos visto durante el camino. Aparcamos el coche a las afueras de la medina y nos dispusimos a buscar el apartamento en que íbamos a alojarnos esa noche y la siguiente. Era una medina mucho más grande que la que habíamos visitado en Asilha, un laberinto de callejones que te hacía perder por completo el sentido de la orientación.

Una vez acomodados en el apartamento salimos a dar una vuelta por la medina y a cenar. Mil artesanos y su miríada de puestos y tiendas. Deambulamos por sus calles y finalmente, nos metimos en un coqueto restaruante a tomar harira, tajin de pollo y té.

Después a la cama.

El día 4 no comenzó bien para mí, desperte con dolores abdonimales y diarrea. Más mal que bien, me fui con Lucía a buscar algún sitio para desayunar y dejar tiempo a Abdoul y a Mar para despertar tranquilamente. 

Aunque no pasé un buen día por las contínuas molestías y dolores, procuré disfrutar del lugar. Recorrimos con más detalle la medina, el puerto y la playa enorme. Essaouira es un paraíso para el surf y todo ese mundo. Camellos por la playa, skatesurfers, etc.

Bonita Essaouira.

Betelgeuse.

Essaouira - Historia, belleza y cultura

En la costa atlántica de Marruecos, entre las olas que acarician la arena dorada, se encuentra una joya histórica: la Medina de Essaouira. Este antiguo enclave, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un lugar donde el tiempo parece detenerse y las tradiciones se entrelazan con la vida moderna.

Caminar por las estrechas calles de la Medina es sumergirse en un laberinto de encanto y misterio. Sus paredes blancas contrastan con las tonalidades azules que adornan las puertas y ventanas, creando una paleta de colores que hipnotiza a cada paso.

Rincón de la Medina de Essaouira
Un rincón de la medina
Por la medina de Essaouira

En cada rincón, se respira la historia de Essaouira. Fundada en el siglo XVIII por el sultán Sidi Mohammed ben Abdallah, esta ciudad amurallada fue un importante puerto comercial y refugio para comerciantes de todo el mundo. Su arquitectura única, influenciada por el estilo portugués, francés y bereber, cuenta historias de tiempos pasados que aún perduran en sus murallas y fortalezas.

Pero la verdadera esencia de Essaouira reside en su gente. Sus habitantes, conocidos como «sowiris», son amables y hospitalarios, recibiendo a los visitantes con una sonrisa y la promesa de descubrir los tesoros escondidos de su ciudad. En los zocos llenos de aromas y colores, se pueden encontrar artesanías locales, desde tejidos y cerámicas hasta especias y joyas, cada una contando su propia historia.

Se pone el sol en el Atlántico
Plaza Moulay El Hassan de Essaouira.
Plaza de Moulay El Hassan

Y no se puede hablar de Essaouira sin mencionar su vínculo con el arte y la música. Esta ciudad ha sido un refugio para artistas y músicos de todo el mundo, inspirados por su belleza y su ambiente creativo. Cada año, el Festival Gnaoua y Musiques du Monde atrae a miles de personas, celebrando la diversidad cultural a través de conciertos y espectáculos en sus calles y plazas.

La Medina de Essaouira es mucho más que un simple destino turístico. Es un lugar donde el pasado se encuentra con el presente, donde la belleza se entrelaza con la autenticidad y donde cada callejón esconde un nuevo secreto por descubrir. Sumérgete en sus encantos y déjate llevar por la magia de Essaouira.

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