Artes de alcoba
Había un pueblo llamado Sumita al oeste del río Kitakami en la región de Tōhoku. En este pueblo hacía tiempo que se había establecido un afamado maestro en las artes de alcoba procedente de Kioto. Se contaba que había tenido varias casas en Kioto y Tokio, donde enseñaba estas artes a los hijos de los señores feudales. En estas casas habitaban las mejores geishas formadas en las más reputadas okiyas de Japón. Un día cansado de tratar con señores arrogantes y del bullicio de la ciudad, se marchó con lo justo para comenzar una nueva vida en Sumita y dejándole todas las casas al que fuera un día su mejor discípulo.
Al correrse el rumor en el pueblo, algunos jóvenes buscaron al sabio para pedirle consejo y enseñanza. Aunque reacio en principio, decidió adoptar a un discípulo. El que más humildad mostrara y cuya intención fuera limpia y recta. Preparó un método y una serie de preguntas con la intención de averiguar cuál de todos aquellos jóvenes era el más puro de corazón.
Después de varias semanas de reflexión y revisar las respuestas, adoptó a un joven esbelto y bien formado pero que no mostraba signos de soberbia ni superioridad.
Así, un día se dio la siguiente conversación entre discípulo y maestro:
- Discípulo: Maestro, ¿me daría un buen consejo para cuidar mi relación de pareja?
- Maestro: ¿Temes que se rompa? Si temes, ya habrá comenzado la ruptura.
- Discípulo: No. Maestro no temo. Simplemente pretendo mejorar mi conocimiento e ir ganando en sabiduría.
- Maestro: Bueno… Vamos a ver qué se me ocurre. ¡Ya lo tengo!
- Maestro: Nunca hagas preguntas del ego que no aporten valor real ni a ti, ni a ella ni a la relación.
- Discípulo: ¿A qué se refiere exactamente maestro?
- Maestro: Te voy a poner un ejemplo. Si le preguntas si eres el que mejor la ha besado, el que mejor la ha acariciado o cualquier otra pregunta en la que establezcas una relación de comparación con otros hombres del pasado, estás haciendo una pregunta del ego. Aquí está la trampa joven curioso. Si la respuesta es positiva para ti, comenzarás a acariciarla, o, a besarla con soberbia maquillada de amor. Si la respuesta en cambio, es negativa para ti, habrás sembrado la semilla de la inseguridad, la duda y el miedo en tu interior.
- Maestro: Observa lo absurdo de nuestro ego. La vida transcurre siempre e indefectiblemente en el presente. De modo que en este momento, tú eres quien mejor la acaricia. Cuestión aparte sería que quisieras mejorar las artes de alcoba por vuestro bien y vuestro placer.
- Discípulo: Pero entonces no puedo saber cómo es y cómo ser mejor para ella.
- Maestro: Claro que puedes, pero haciendo las preguntas correctas. Haz preguntas del presente y sin comparaciones. Preguntas en las que no intervenga el ladino ego.
- Maestro: Puedes preguntarle simplemente cuando la acaricies, si está bien así y escuchar su respuesta con humildad.
- Discípulo: Sí maestro. Creo que he comprendido la enseñanza y la gran diferencia entre preguntar para mejorar y preguntar porque querría ser el mejor.
Betelgeuse.